I
Abuelas son destino
Como mi amigo Patricio Eufracio, yo también crecí en un mundo femenino, no porque faltaran los varones, sino porque ellas, las mujeres de casa, sin proponérselo, nos enseñaron valores como la integridad, la prudencia y la solidaridad, sobre todo la solidaridad, y que nada, absolutamente nada, justifica el asesinato de un hombre.
Mi abuela, María, madre de mi madre y de siete hijos más, fue una mujer alta, fuerte, silenciosa y, sobre todo, discreta. Pero su fuerza no era sólo física, sino vital: de niña salió de España para vivir en Argentina y años después, recaer en MÉXICO, donde conoció a mi abuelo, también migrante. Aquí procrearon a los hijos mayores entre el estruendo de la revolución y las estampidas zapatistas por Puebla. Y un día que mi tío Fernando le dijo gachupín al abuelo, volvieron a España; allí nació mi madre, mirando al mar, en 1925, y Tere , un poco después. Llegó el fatídico 1936 y estalló la Guerra civil, mientras mi abuelo había vuelto a América, dejando a la tribu a su suerte.Y esa mujer, doña María, sobrevivió, sola, a los años de guerra con 8 hijos a cuestas y dos espías en cada uno de los bandos. Y esa abuela, que nunca permitió que mataran a nadie y aún escondió gente para salvarles la vida sin importar de qué lado peleaban, tuvo que hacer de todo para que sus hijos vivieran hasta volver a MÉXICO en 1942, sorteando la Segunda guerra en un barco repleto de judíos y en la mira de los nazis. Y esa mujer, grande, fuerte, que cruzó tantas veces el mar y conoció la pobreza y los bombardeos y las minas marinas, y el abandono de su padre, jamás la escuché levantar la voz, ni tronarle los dedos a sus hijos y nietos y, mucho menos, quejarse de algo o hablar mal de nadie. Y solo la vi llorar una vez en mi vida, cuando murió Pepe. Todavía recuerdo las tardes en las que esa mujer, María, y mi madre y Cuca, se reunían en la sala de la casa para contar anécdotas de la guerra hasta que yo, gracias a esos relatos, aprendí el sabor de las cebollas crudas que tuvieron que comer tantas veces.
II
Esfera pública y esfera privada
Cómo le explicamos al gobernador poblano que la modernidad consiste en la separación entre la esfera pública y la esfera privada, y lo que puede ser aceptable y hasta loable( según el gobernador) en la esfera privada , como el gesto de su abuelita, su reproducción es inadmisible en la esfera pública: la secretaría de Turismo no es ni su nieta ni su sierva. Pero olvidémonos por un momento de Constant y la diferencia que hace de esas dos esferas en la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos; el mismísimo Aristóteles ya separaba los regímenes de mando entre el oikos y la polis. Pero, independientemente de eso ( sería mucho pedirle al Sr. Armenta y a sus asesores que conozcan a los autores citados ) el gobernador no ha entendido todavía, pese a la mucha experiencia legislativa que presume, que en las democracias hay un talante particular para dirigirse a los otros y, particularmente, entre gobernantes y gobernados. Así que no se trata de hipocresía o cosa por el estilo, sino del más elemental respeto que debe privar, repito, en la vida democrática, al menos que el ejecutivo poblano se haya mimetizado con Fernández Noroña y, ahora, pretenda que le pidamos una disculpa pública. Lo peor del caso, no es, sin embargo, el gesto del gobernador sino la reacción de la propia secretaria de Turismo aplaudiendo su comportamiento y el silencio de nuestras flamantes feministas ante una forma tan elemental de violencia de género y, eso sí, de acoso. J. Canales