diciembre 4, 2025, Puebla, México

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Los pobres, el mejor negocio de los políticos / Daniel Flores Meza

Por Daniel Flores Meza

(Ilustración tomajuanda de revista Nexos)

Las décadas transcurren, gobiernos llegan y se van; programas sociales van y vienen como replicas y plagios.  Los discursos oficialistas hablan de políticas inclusivas, sociales, humanistas y solidarias; entonces  ¿cómo puede explicarse que subsista la pobreza?

 Simplemente la pobreza es un negocio político y patrimonial. El político es inimaginable sin pobreza.  Los políticos pierden mercado si no hubiera pobres a los cuales subsidiar y “enamorar”. El propósito del político es apelar a los sentimientos y las emociones de la gente común usando tres elementos: la retórica, la demagogia y la corrupción.  El poder no se gana con justicia ni con mérito, se gana creando ilusiones en un pueblo con necesidades.

La demagogia como práctica de la política perversa, es usada como arma para conseguir el poder y sostenerse en él.  Si el político dice que es honesto, es porque robará; si dice que no miente, es porque usará la mentira para manipular; si dice que no traiciona,  terminará traicionando y desapareciendo las instituciones construidas en una democracia.

Nelson Mandela dijo alguna vez “la pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos” Pero entonces ¿por qué no se erradica la pobreza?  Si se acaba la pobreza, entonces el discurso se acaba y el político pierde su negocio.

Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo, líder católico acusado de pederastia, conformó un emporio financiero y declaró que “No hay mejor negocio que los pobres”.

La retórica se convierte en una herramienta poderosa para la comunicación persuasiva del político, generando un impacto en la audiencia.

El demogogo hace promesas grandiosas y a menudo imposibles de cumplir para ganar popularidad, sin importar las consecuencias negativas que puedan tener; además, desacredita a los expertos y a las instituciones democráticas, señalándolas de corrupción y al servicio de las cúpulas de poder. El demagogo se aprovecha de la falta de conocimiento y el resentimiento social para movilizar a sus seguidores, culpando al pasado sobre los cuales descargar sus frustraciones. Siempre usa consignas y un lenguaje accesible para conectar con el pueblo y crear una imagen de cercanía y autenticidad.  La demagogia busca el poder a través de la manipulación emocional del pueblo, apelando a sus prejuicios, miedos y esperanzas, mediante la retórica y el engaño.  Los argumentos racionales no están en la agenda del demagogo, lo que cuenta es su habilidad para engatusar, mediante la lisonja y adulación, rodeándose de aplaudidores. 

En las últimas cuatro décadas, la pobreza en México ha experimentado fluctuaciones significativas, con periodos de aumento y disminución, pero en general, se ha mantenido en niveles elevados.   México se encuentra dentro de los países con un índice de pobreza y desigualdad social muy elevada, pues en una población que ronda en los 128 millones de habitantes, 70 millones se encuentran por debajo de la línea de pobreza, cifra que es muy alarmante en un escenario de avances científicos y tecnológicos globales. Aunque el gobierno de López Obrador desapareció al CONEVAL, organismo autónomo encargado de evaluar las políticas de desarrollo social, hay expertos en medición de la pobreza como Araceli Damián y Julio Boltvinik que gozan de gran reconocimiento.

En estos últimos cuarenta años, los programas sociales han tenido como distintivo el combate a la pobreza; uno de ellos el PRONASOL (Programa Nacional de Solidaridad) de Carlos Salinas de Gortari, y una de sus vertientes fue la trasferencia de apoyos directos a las familias en situación de pobreza.  El programa de Salinas fue una réplica del programa colombiano denominado “Colombia Mayor” teniendo como eje central la trasferencia de apoyos directos a personas mayores en situación de pobreza. Al mismo tiempo, Salinas crea el Programa de apoyo al campo denominado PROCAMPO, también basado en la entrega de apoyos directos. Treinta años después, López Obrador  crea el Programa de Bienestar para Adultos Mayores, y el Programa de Bienestar para el Campo, como réplicas con ajustes de los programas del gobierno de Carlos Salinas.  Estos programas continúan en el actual gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. 

En esencia, a lo largo de los años, los programas sociales han sido los mismos, y su común denominador son “Los pobres”; de modo que, el político siempre buscará a “Los pobres” porque son su materia prima ideal para crear un electorado cautivo.

Para los gobiernos en turno, tener pobres se ha vuelto un buen negocio, pues durante las campañas políticas juegan con la confianza de “Los pobres”, les prometen cambiarles su suerte, que mejoraran carreteras, que se construirán más escuelas y hospitales,  más seguridad, más empleo, mejor atención médica y un sinfín de promesas más, convirtiéndose en un juego y burla. Pero no todo queda ahí, los aplausos tienen su recompensa con programas sociales de transferencias directas de dinero. “Los pobres” se vuelven dependientes de las dádivas y siguen siendo presa fácil del engaño, votaran como un electorado con hambre en el estómago y no con inteligencia.

Al final “Los pobres” siguen pagando las consecuencias porque las dádivas tienen un precio  muy alto: habrá una educación rezagada y anacrónica para sus hijos, servicios de salud precarios sin medicamentos, y escaso personal médico, inseguridad, violencia, desempleo, limitadas obras de infraestructura, distractores sociales, elevada inflación, sin crecimiento económico, pérdida de inversiones, simulaciones, corrupción, impunidad, etc.  Además, la pobreza es un negocio patrimonial ya que multitud de servidores públicos viven de los presupuestos destinados a atender la pobreza; operar y administrar programas,  son muestra de que se puede vivir bien “ayudando a los pobres con recursos públicos”.  Este fenómeno ocurre en todo tipo de gobierno federal, local y municipal.

Solo a través de políticas públicas integrales, sostenidas, eficientes, transparentes y con justicia,  se podrán incentivar las inversiones y generar riqueza como único mecanismo para erradicar la pobreza; todo lo demás es ilusión y simulación.  El dispendio público de trasferencias directas será insostenible, no habrá dinero que alcance, contribuirá al creciente endeudamiento del país, a una posible recesión económica y caos social.