La ciudad de Nagasaki después del bombardeo
El 6 de agosto de 1945, hace 80 años, Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. Tres días después, otra bomba más impactó a la ciudad de Nagasaki. La guerra entre Estados Unidos y Japón llegó a su fin de manera trágica y cruel con el uso de estas modernas armas de destrucción masiva que mataron en un instante a cientos de miles de niños, mujeres y ancianos. El uso de bombas atómicas no sólo constituyó un cambio en las estrategias de guerra de las grandes potencias, representó y significa un gran peligro para toda la humanidad ante la posibilidad material de destrucción de todo nuestro planeta.
La guerra del Pacífico, que había sido iniciada por Japón al atacar la base naval norteamericana de Pearl Harbor en diciembre de 1941, acarreó para el pueblo japonés una etapa de sufrimientos, sacrificios y carencias. Al iniciar el año de 1945, la población ya no tenía fuerzas para continuar con las exigencias que el ejército japonés le demandaba. Las propias fuerzas imperiales tampoco estaban en condiciones materiales para defender el territorio japonés, ocupado desde abril de ese año durante el desembarco del ejército norteamericano en Okinawa. A pesar de que Japón estaba a punto de capitular, los altos mandos militares norteamericanos decidieron probar estas nuevas armas para mostrar ante sus futuros enemigos que se habían constituido en la potencia más poderosa del mundo.
El hecho de que decenas de miles de japoneses radicaran en diversos países de América, no significó que no padecieran los efectos de la guerra. Los inmigrantes japoneses habían llegado desde inicios del siglo XX; a lo largo de estas cuatro décadas crearon numerosas comunidades en Estados Unidos, Canadá, México, Brasil y Perú. Como parte del largo sendero que condujo a Pearl Harbor, los inmigrantes desde su llegada fueron estigmatizados y perseguidos pues el gobierno norteamericano los consideró como parte del ejército japonés y de ser una avanzada, una “quintacolumna”, de la invasión japonesa al continente.
Muchos de los inmigrantes y sus descendientes sufrieron e incluso fueron testigos de las bombas atómicas. Son los casos de Concepción Hiramuro y de Yasuaki Yamashita quienes viven actualmente en México. Narrar la historia de estos hibakusha que sobrevivieron al horror que dejaron las bombas en Hiroshima y en Nagasaki, significa no solo mostrar lo que padecieron, sino advertir de los grandes peligros que en estos momentos atraviesa la humanidad pues nueve países poseen armas atómicas, aún mil veces más poderosas de las que se lanzaron sobre las ciudades japonesas.
Toraichi Hiramuro, padre de Concepción, fue uno de los pioneros japoneses que llegó a Perú en 1907 en busca de trabajo. Debido a las difíciles condiciones laborales que padecían los inmigrantes, Hiramuro prefirió trasladarse a México en 1912. En el estado de Sonora, Toraichi consiguió trabajo como jardinero en la estación ferrocarrilera de una empresa norteamericana, la Southern Pacific, en Empalme, Sonora. La empresa ya había expandido su red ferroviaria desde Estados Unidos hasta la ciudad de Guadalajara. Al pasar del tiempo, Toraichi se capacitó en el hospital de la Southern donde se hizo cargo del departamento de radiología.
En la década de 1930, Toraichi se casó con una inmigrante procedente de Hiroshima, Kiyoko, procreando a tres hijos: Clara, Fernando y Concepción. A finales de 1940, Kiyoko y sus tres hijos se trasladaron a Hiroshima con el propósito de que los niños se educaran en Japón. Al estallar la guerra al siguiente año, la familia quedó a un lado y otro del océano sin poder comunicarse.
La vida cotidiana para Kiyoko y sus tres pequeños en Japón se hizo más difícil día a día pues las carencias fueron parte de los sacrificios que el gobierno japonés impuso a toda la población para sostener los gastos militares que se incrementaron aceleradamente. Los Hiramuro ya no contaba con el apoyo de Toraichi pues las relaciones entre México y Japón quedaron rotas. Con el dinero que había ahorrado la familia en México, Kiyoko pudo comprar una casa que rentaba en el centro de Hiroshima.
En 1945, todos los recursos del país se utilizaban para sostener una guerra que estaba ya perdida. La situación era desesperante para la población pues las carencias eran generalizadas. En particular, los escasos alimentos con que ser contaba, provocó que se incrementara la desnutrición de los niños, además de que los utensilios de metal para preparar alimentos, eran usados para la elaboración de armas.
En la mañana del 6 de agosto de 1945 la bomba atómica cayó sobre el centro de la ciudad. Kiyoko y la pequeña Concepción se encontraban en una reunión de vecinos. Clara, a pesar de su corta edad, trabajaba con sus compañeros de la escuela secundaria en una fábrica debido a que los estudiantes fueron convocados a participar en el sostenimiento de la guerra. Fernando, había sido trasladado, junto con todos los estudiantes del tercer gado de primaria en adelante, a un templo a las afueras de la ciudad, con el propósito de ser protegidos de los bombarderos de la aviación norteamericana que volaban ya a cielo abierto ante la incapacidad de la artillería japonesa de alcanzar la altura de los enormes bombarderos B-29.
En el momento en que estalla la bomba, a las 8:15 horas, Fernando se encontraba formado junto con todos los estudiantes en el patio del Templo de Tsuta. Lo primero que sintió fue una luz muy intensa y luego, a lo lejos vio una enorme columna de humo, seguida de una explosión que llegó a destrozar los vidrios del templo. En ese momento los estudiantes no se percataron de la destrucción de la ciudad pues el templo se encontraba rodeado de montañas que lo protegieron. Por la tarde, la información de que la ciudad se encontraba en cenizas, empezaron a llegar por los propios campesinos quemados que lo reportaban. La ciudad quedó totalmente destruida pues la onda expansiva alcanzó hasta los 10 kilómetros de distancia del hipocentro. Una enorme ola de fuego, de calor y de viento, más potente que un huracán, consumió la ciudad y mató al instante a 70 mil personas.
Nunca sabremos con exactitud cuántas personas fallecieron en ese momento, pero desgraciadamente los fallecimientos se fueron incrementando con el tiempo ante el lanzamiento de rayos x, gama y neutrones que la explosión atómica generó y que atravesaron los cuerpos de miles de personas que aparentemente no sufrieron daños físicos. Las muertes de civiles constituyen el hecho más trágico. A finales de ese fatídico año, 140 mil personas en Hiroshima habían muerto. En otras ciudades que habían sido atacadas con bombas convencionales, cerca de 200 mil personas fallecieron
Afortunadamente la familia Hiramuro logró sobrevivir, pero los años que siguieron a esta enorme destrucción fueron tan terribles debido a la falta de alimentos, de medicinas, de ropa. Todo el país quedó colapsado, más de 60 ciudades estaban destruidas y la falta de materiales de todo tipo hacía que las fábricas y la agricultura no pudieran funcionar. El hambre llegó a niveles de desesperación al grado que las autoridades norteamericanas de ocupación, al mando del general Douglas MacArthur, exigieron a su gobierno la importación de alimentos ante la inminencia de una revuelta.
En Nagasaki, Yasuaki Yamashita, de 6 años de edad, vivía a una distancia de 2.5 kilómetros del hipocentro donde estalló la bomba. Era el hijo menor de una familia de seis hijos. Los varones mayores habían sido reclutados por el ejército y en casa solo vivían sus dos hermanas junto con sus padres. Desde muy pequeño, Yasuaki era el encargado de traer el agua para su casa ante la falta de agua corriente, así mismo iba a recoger, junto con otros niños, el desperdicio de carbón del astillero de la empresa Mitsubishi, fábrica donde se construían los barcos de guerra.
En esa mañana soleada y despejada del 9 de agosto, a las 11:02 horas cuando estalla la bomba, Yasuaki se encontraba jugando en las afueras de su casa. Lo primero que sintió fue una intensa luz que lo cegó, seguida de una explosión que lo derribó al suelo junto con su madre que lo protegió con su cuerpo. El pequeño logró salvarse de la explosión directa, a diferencia de sus amigos, que habían ido a cazar insectos y libélulas en la ladera de una montaña cercana a su casa.
Yasuaki percibió que miles de objetos volaban sobre su cabeza, su casa había sido destruida y desde el refugio colectivo de la comunidad al que se dirigió junto con su hermana y su madre, logró ver como el fuego consumía su ciudad.
Sin comida, los Yamashita se dirigieron hacía las afueras de la ciudad para conseguir cualquier alimento, sin suerte alguna, que les proporcionaran sus familiares campesinos. Desafortunadamente tuvieron que pasar por el hipocentro donde estalló la bomba viendo los miles de cadáveres que se encontraban esparcidos. La contaminación radioctiva se extendió debido a la lluvia, lluvia negra, que cayó posteriormente a la explosión de la bomba. El agua contaminada y la radioctividad en general causaría a la larga enfermedades como el cáncer, en distintas partes del cuerpo, y la leucemia.
La temperatura que generó la bomba logró derretir el metal, dejando solo sombras de las personas que se encontraban en el hipocentro que quedaron grabadas en la piedra. Yasuaki, con razón afirma, que esas imágenes que vio ni en el propio infierno podrían ser concebidas. Se estima que, al instante de la explosión murieron 30 mil personas pero al final del año se acumularon un total de 70 mil sólo en Nagasaki. El padre de Yasuaki fue una de ellas.
La familia Hiramuro logró regresar a México en 1950. Yasuaki vino a trabajar a México durante las Olimpiadas en el año de 1968. En busca de olvido y de evitar la discriminación de la que fueron y son objeto los hibakusha, Yasuaki ya no regresaría a Japón.
Concepción Hiramuro vive actualmente en Guadalajara, Yasuaki Yamashita en San Miguel de Allende. Ambos son ejemplo de la lucha en favor de la paz y contra la producción y uso de las armas atómicas. En el año de 2024, la organización japonesa que agrupa a los sobrevivientes de la hecatombe, Nihon Hidankyo, recibió el premio Nobel de la Paz. El Comité que otorgó el galardón, reconoció la constante lucha de todos los hibakusha que nos brindan sus testimonios y son el ejemplo vivo del horror que deja el uso de las bombas atómicas.
Hoy en día hay más de 14 mil bombas nucleares, centenas de ellas disponibles para ser lanzadas en este mismo instante por algún país que las posea. Es una gran alegría que México cuente con Concepción y Yasuaki y que a su edad hayan sido reconocidos con el premio Nobel y que nos brinden sus testimonios ¡Nunca más Hiroshima y Nagasaki¡
© 2025 Sergio Hernández Galindo