diciembre 4, 2025, Puebla, México

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Lucha libre y  gentrificación cultural / Gerardo Castillo-Carrillo

De manera paulatina, la Arena Puebla ha adoptado esta misma inercia, alineándose con el modelo de comercialización que impera en la capital del país

La lucha libre nació como un espectáculo  de carácter popular. Durante los años cuarenta y cincuenta se consolidó como un fenómeno nacional, en principio, en la Arena Coliseo (1943) y poco después en la Arena México (1956), ambos recintos se establecieron como espacios emblemáticos de esta disciplina e influyeron de manera determinante para que los luchadores se convirtieran en figuras admiradas por la afición. En este contexto surgieron ídolos enmascarados como El Santo, quien destaca como el primer luchador que se convirtió en un auténtico héroe popular dentro de la cultura mexicana del siglo XX. En el ámbito cinematográfico, este personaje trascendió el cuadrilátero para enfrentarse a toda clase de enemigos —mafiosos, científicos locos, vampiros, momias, entre otros—, siempre en defensa de los inocentes y confrontando el mal.

En la actualidad, la lucha libre experimenta un nuevo auge mediático similar al de sus orígenes. En todo el país, tanto en grandes arenas como en recintos modestos o improvisados, se organizan funciones todas las semanas del año. Al mismo tiempo, empresas estadounidenses como la WWE transmiten sus espectáculos a través de plataformas como Netflix e incorporan a luchadores mexicanos en su elenco, ampliando así la proyección internacional de este deporte-espectáculo. Además, las redes sociales han abierto nuevas ventanas para que esta disciplina llegue a mucho más público. En la Arena Coliseo de Guadalajara, por ejemplo, un grupo musical de nombre Lucha Kumbia ameniza con melodías guapachosas todos los encuentros.

Sin embargo, en la Arena México, los aficionados que solo pueden pagar un modesto boleto en la zona de gradas o balcón general contrasta con aquellos que pueden costear lugares exclusivos como la sección VIP Freedom, que ofrece consumo ilimitado de alimentos y bebidas durante la función por un costo de 1,700 pesos. Más que una simple comodidad, esta oferta demuestra que la experiencia de la lucha libre, de origen popular, se renueva únicamente bajo la dinámica del consumo. El acceso al espectáculo ya no depende del fervor por los ídolos del ring como en antaño, sino del poder adquisitivo de cada espectador; el precio del boleto en Ringside (1,100 pesos) refleja una división de clases sociales, segmentadas por el costo.

Otro indicio del proceso de gentrificación que atraviesa la lucha libre mexicana es la creciente oferta de tours en la Ciudad de México, dirigidos principalmente al turismo extranjero. La Arena México se convierte en un punto de curiosidad turística, la experiencia de asistir se vuelve un producto mercantil en el que ofertan paquetes con máscaras de cortesía, bebibidas y guías bilingües, así el espectáculo se promociona como un acontecimiento exótico de nuestra cultura. De igual forma, antes de cada función, una gran cantidad de aficionados llega desde distintos puntos de la ciudad utilizando servicios de movilidad por aplicación, lo cual evidencia un cambio en el perfil del público, pues en antaño la mayoría se desplazaba en transporte colectivo.

Otro signo de gentrificación se presenta en los luchadores jóvenes, quienes incorporan elementos visuales más coloridos, inspirados en la cultura pop, el cosplay o el cine de superhéroes, alejándose de los elementos tradicionales de la lucha libre mexicana. Las máscaras, que alguna vez simbolizaron el misterio, la tradición familiar y el respeto por el legado, hoy se diseñan con fines comerciales, pensadas para ser vendidas como mercancía o para destacar en redes sociales. Actualmente, la venta de productos como máscaras, playeras y souvenirs en los alrededores de las arenas está regulada directamente por el Consejo Mundial de Lucha Libre. Esta centralización ha causado que toda la mercancía disponible sea prácticamente idéntica en todos los puntos de venta, lo que diluye la diversidad y espontaneidad que antes caracterizaba a estos espacios.

De manera paulatina, la Arena Puebla ha adoptado esta misma inercia, alineándose con el modelo de comercialización que impera en la capital del país. Cada lunes, cuatro horas antes de la función, decenas de fanáticos se congregan a las afueras de la arena para presenciar la llegada de los luchadores y solicitarles una fotografía. Estas imágenes, que rápidamente circulan en redes sociales, evidencian que la lucha libre ha dejado de ser un deporte popular para convertirse en un fenómeno de la industria cultural. Así, la lucha libre se inscribe en una dinámica de entretenimiento global, donde la experiencia no se limita al espectáculo en vivo, sino que se extiende a la creación de contenido en múltiples canales de YouTube.

Ante este nuevo escenario, la lucha libre se adapta a las reglas de la industria digital, entre la cantidad de visualizaciones, algoritmos y la promoción del “me gusta”. La gentrificación cultural no solo se manifiesta en la estandarización de la experiencia en las arenas o en la venta de mercancía en serie, sino también en la forma en que se produce y se consume el contenido luchístico. En este proceso, el espectáculo pierde parte de su carácter popular y comunitario, transformándose en un producto global sometido a las lógicas del mercado y del consumo inmediato.