Diario de trabajo, 7 de Dic., 19.00
Gracias a un artículo de Herminio Sánchez de la Barquera recuerdo el quincuagésimo aniversario de la muerte de H. Arendt. Añado unas cuantas ideas al artículo de Herminio.
Debemos subrayar que la relevancia de esta pensadora ha tenido lugar muy especialmente en el mundo hispánico a partir de la década de los 90s del siglo pasado, así como en Francia, gracias a Julia Kristeva, en tanto en EEUU corre paralela a la suerte de Mary McCartney, pero en Alemania sigue siendo prácticamente una desconocida en el medio académico pese a la difusión que su figura ha conseguido en el cine.
Algo que pasa por alto Herminio en su brillante artículo es que la presencia de H. Arendt adquiere hoy día una importancia fundamental a partir de la “crisis generalizada de la política” que vive el mundo, desde la caída del Muro de Berlín; es decir, el desencanto de la política. Nada más peligroso para la pensadora alemana que ese desencanto o desinterés en la política, porque es ahí donde nacen los peores monstruos. No podemos olvidar que el punto de arranque de gran parte de la obra de Arendt consistió en rastrear esa crisis desde el mundo clásico, cuando Platón confronta contemplación y acción, rescatando la idea aristotélica del orden específico de la política, entendido como un mundo plural entre hombres iguales, y la polis como el espacio de la aparición de lo propiamente humano, y que, a diferencia del propio Aristóteles, nada tiene que ver con alguna especie de naturaleza proveniente del animal político. No, dice H. Arendt, la política es el espacio de la creación por excelencia. La aparición del hombre en el espacio público, a través del diálogo, y lo que significa esa aparición, su transparencia y su relación con la tradición. De este modo, Arendt rastrea la evolución de esa crisis hasta el totalitarismo (posible solo en una sociedad de masas) o en su trabajo sobre la revolución, en el que enfrenta los dos grandes modelos, el norteamericano y el francés; el primero sostenido en la ley y la libertad y, el segundo, en la hipostación de la justicia, por encima de la ley y la libertad, cuyo correlato es la destrucción de las instituciones y el terror. Es precisamente, la anulación de lo propiamente político en Marx lo Arendt más crítica en él o, en otro momento, el daño que hace la mentira al espacio común de los hombres.
Un segundo eje de reflexión, que interrumpe, es el de la energía nuclear y sus consecuencias para una reconceptualización de la violencia. ¿Fue H. Arendt una liberal? Un primer acercamiento diría que sí. Pero recordemos la entrevista que da en los 50s, a su regreso a Alemania para visitar a su mentor K. Jaspers y su reivindicación de EE. UU. por su apego a la ley, más que por su democracia, hace de ella una republicana antes que una liberal, aunque el otro pilar de su reflexión sea la libertad. Al mismo tiempo, llama la atención el poco interés que mostró en temas de la estructura social y el trabajo (aunque posiblemente, hay un destello de ello en esa especie de economía que subyace a la distinción entre labor, trabajo y acción. Sin embargo, hay que subrayarlo, el sustrato determinante de esa economía es la temporalidad, de origen heideggeriano), y su interés se haya centrado, principalmente, en la vida del espíritu: el juicio (Kant). Por eso su empeño en comprender la “singularidad” de los fenómenos políticos y su rechazo de someterlos a un proceso (Hegel), asunto que deriva en otro: el de la responsabilidad, confrontando por igual a Jaspers, como a Anders.
Sin duda, el tema más espinoso de su obra es el de la banalidad del mal; un problema que me cuesta (Hegel) digerir y, por momentos, rechazo, por más que “La zona de interés” nos lo vuelva a plantear.
Además de la multicitada obra de Arendt, hay tres libros de Arendt que me marcaron de modo especial, y no por una razón subjetiva, sino porque constituyen lo mejor de su obra: el Ensayo. H. Arendt, antes que la gran filósofa que pretendió ser fue una gran ensayista, en la tradición que va de Montaigne a Benjamin. La mejor parte de su obra tiene que ver con el carácter de una iluminación. Pongo como ejemplo los capítulos sobre el perdón y la promesa en “La condición humana”, aparentemente marginales en la obra, constituyen una pieza clave en la misma, especialmente el de la promesa, dejando ver la importancia de la institución en la vida pública y, aún, la sanción de lo sagrado y de la palabra, como años más tarde plantearía Agamben.
Volviendo a los libros de esta extraordinaria mujer, cuya fotografía en la sala de mi casa me ha acompañado desde hace mucho tiempo son “El concepto de amor en Sn. Agustin”, “Entre pasado y futuro “, “Hombres en tiempo de obscuridad”. Un libro especial para mí, por las condiciones en las que lo leí es “Responsabilidad y juicio”. Con la mudanza de mi biblioteca, volví a encontrar “Sobre la violencia “, en lo que creo es su primera edición en español en los Cuadernos de Joaquín Mortiz.
Aunque inexplicablemente, H. Arendt fue reacia al tema de la interioridad, y aún en sus “Diarios” no hay la menor referencia a esa vida interior, no podemos pasar por alto a uno de los capítulos más singulares de su vida: la relación con Heidegger y la lealtad intelectual que le profesó hasta su muerte. Es cierto, todos los que pasaron por el aula del pensador de Messkirch reconocían su capacidad verdaderamente hipnótica para “pensar lo impensado”. Aun así, ambos mantuvieron posiciones intelectuales y vitales absolutamente encontradas. Ella, judía; él, si bien nunca se declaró racialmente antisemita, como su mujer, sí responsabilizó a los judíos del desarrollo de la técnica en el Occidente moderno y, en pleno nazismo asumió el rectorado en Friburgo. Hasta el último momento, Heidegger mantuvo su estatus del gran profesor (y en aquella Alemania ese estatus era intocable y con las exigencias del caso) y del hombre que cambió el destino de la metafísica; ella, una mujer sin tierra y permanentemente nómada, abocada a lo más concreto de la vida humana, la política. En alguna ocasión, Arendt le comentó a Jaspers que estaba segura que Heidegger nunca la había leído. Y así fue.