De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, cínico o cínica es quien “actúa con falsedad o desvergüenza descaradas”; mientras que cinismo significa “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”.
El 1 de septiembre de 1979, en su tercer informe de gobierno, el entonces presidente de la República, José López Portillo, dijo los siguiente:
(…) todos condenamos la corrupción como concepto; pero muchos, cuando se concreta en caras y nombres, si los conocen bien, convierten su condena en compadecimiento y, si no los conocen, en indignación y saña. No podemos deformar la calificación de los hechos por la cuantía probada, o por la amistad, o condición social, intelectual o política de los autores. Actuaremos siempre con base en investigación o denuncias responsables; no por inferencias, delación o chismes. No podemos convertirnos en un país de cínicos. (José López Portillo, Informes presidenciales. Cámara de Diputados. PDF, P. 113).
Sin embargo, todos sabemos que, a pesar de la advertencia, ese sexenio terminó en medio de escándalos de corrupción y una terrible crisis económica. La opinión pública trató al expresidente con indignación y saña. Con ello se aceleró el declive de la legitimidad del régimen autoritario con su partido hegemónico. El problema de la corrupción también tuvo sus costos político-electorales en la elección federal de 2018. En ambos casos (1982 y 2018) la sociedad no toleró los escándalos de corrupción gubernamentales.
A 46 años de distancia de aquel tercer informe cabe preguntarnos: ¿México se ha convertido en un país de cínicos? ¿Con cuánta falsedad y desvergüenza se conducen algunos políticos mexicanos, al igual que sus cómplices empresarios, prestanombres y toda la fauna que los acompaña en sus actos de corrupción? ¿La sociedad se compadece de sus especímenes a sabiendas de que son corruptos?
En todos los gobiernos de la etapa posrevolucionaria hubo escándalos de corrupción. Sin embargo, ¿usted recuerda tanta desvergüenza como la que exhibe hoy una parte de la clase política actual? Lamentablemente, al no sancionar los actos de corrupción, se ha generado tal inmunidad para quien los comete que su actitud ha transmutado del silencio cómplice de la impunidad a la abierta exhibición de su cinismo.
Se pueden observar altas dosis de cinismo en quienes defienden, apoyan y protegen a gobiernos e ideologías vituperables como las dictaduras criminales de Venezuela, Cuba y Nicaragua y al mismo tiempo se exhiben metidos en sus trapos caros o en sus viajes por Europa y Asia, como queriendo generar la admiración o la envidia del proletariado mundial. “No somos iguales” es la frase perfecta que corona su cinismo.
“Ya se acabó la corrupción, eso era antes” y “si tienen pruebas que las presenten” son frases que esconden porciones de cinismo mientras los noticieros dan cuenta de obras públicas mal hechas, a sobrecosto y sin licitar; empresas fantasmas, enriquecimientos “inexplicables”, los casos de SEGALMEX, Dos Bocas, el Tren Maya, gobernadores, presidentes municipales, senadores y diputados vinculados con criminales, entre otros hechos que exponen a cielo abierto la falsedad del discurso.
También se le atiza al fogón del cinismo cuando se escucha desde Palacio Nacional que “México defiende su soberanía”, mientras los criminales organizados controlan territorios, cobran derecho de piso, incendian negocios, decomisan cargamentos de productos de todo tipo; asaltan, martirizan o asesinan a transportistas de carga o de pasajeros… en fin, los hechos demuestran que los criminales ejercen su soberanía en amplias porciones del territorio nacional ¿esa es la soberanía que nuestro gobierno dice defender?
Si existiera un cinismómetro daría su máximo puntaje a las recientes intervenciones leguleyas de gente como Mónica Soto y sus “Felipillos” en el Tribunal Electoral Federal, quienes sin pudor alguno defienden que los acordeones no comprueban ningún fraude electoral. Y así, sin chistar y con el cinismómetro a punto de estallar, quienes conformarán el nuevo poder judicial -producto de una escandalosa ilegalidad- comenzarán a aplicar las leyes que no respetaron a partir de este 1 de septiembre.
El comportamiento de un personaje como Gerardo Fernández Noroña es tan obsceno que no hay métrica que alcance para calcular la magnitud de su cinismo.
Y lo más preocupante: no recuerdo que una mayoría (entre 60 y 80%) de la sociedad mexicana apruebe o legitime a sus gobiernos sabiendo que hay mucha corrupción o que están haciendo poco o nada por combatirla. Esto está plasmado en las encuestas que periódicamente presentan El Financiero o Consulta Mitofsky. Una alta aprobación al gobierno y una alta percepción de corrupción deberían ser incompatibles. “Que roben pero que salpiquen”, parece ser la frase que sintetiza este visible proceso dialéctico de cinismo, donde la propaganda y los programas sociales producen un afecto anestésico de la conciencia.
Más que una advertencia, lo que dijo José López Portillo hace casi medio siglo terminó siendo una maldición.
Emprendamos acciones para que nuestra República pronto se restablezca y sea ejemplo de civismo y no de cinismo.