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26 Abril 2024, Puebla, México.

Los debates: fetiche de la democracia mexicana

Política | Opinión | 2.JUN.2021

Los debates: fetiche de la democracia mexicana

Es el momento de la elección en el que simpatizantes y militantes se vuelven hinchas, no promotores

 

Desde que en 1994 se comenzara a emular en México la práctica norteamericana de encontrar en un mismo espacio mediático a los candidatos a la presidencia de la república para contrastar sus propuestas y visión de los asuntos público, la frecuencia de estos eventos políticos ha ido en aumento. Ahora, en la aspiración a cargos de diferentes órdenes de gobierno, los debates se vuelven un recurso político sobrevalorado, que discrepa con el interés de las personas en estos encuentros.

Dirigidos primordialmente al voto indeciso, se asume que un grupo de la población accederá a estos encuentros como un recurso que les permita decantarse por aquel o aquella candidata que mejor se desenvuelva en el mismo, con sus propuestas, con su carisma y su capacidad retórica. 

Pero ¿este fenómeno realmente ocurre?, ¿estos encuentros son efectivamente determinantes? Analicemos algunas condicionantes sociales, mediáticas y políticas de estos eventos.


El formato de los debates es siempre la primer condicionante en el análisis del fenómeno. Aunque se han intentado diversas variantes, en general sólo hay dos posibilidades: un formato que permita el contraste, la confrontación y la réplica bajo condiciones equitativas y de respeto, o un formato basado en líneas temáticas, limitado en réplicas y confrontaciones.

Ambos siempre terminan por defraudar a algunos o a todos, particularmente a directores de medios de comunicación, periodistas, analistas políticos y líderes de opinión. Las quejas contrastan, pero son siempre las mismas: un debate acartonado y rígido que se interpreta como aburrido, en dónde las y los candidatos sólo se dedicaron a leer sus propuestas y planteamientos de gobierno. O bien, lo describen como un debate plagado de descalificaciones y acusaciones mutuas, en el que sólo se dedicaron a pelearse dejando de lado las propuestas, imposibilitando al elector a decidir en función de sus proyectos de gobierno.

O que la ch... ¿entonces un debate con propuestas es aburrido o necesario? Las propuestas son ese otro fetiche de las elecciones que todos piden pero que a nadie interesan, porque el lector indeciso no funciona como aquel comprador en línea que revisa las características de dos o tres televisores para decidirse por uno. 

Decenas de consultores seducen a candidatas y candidatos, les cobran sumas importantes por prepararlos para el debate, les hablan del lenguaje corporal, de retórica de actitudes, de recursos, de estrategias y de "timing"; no obstante, pocos les cuentan de la utilidad práctica de los debates y de la única máxima imperante: no equivocarse.
El interés público nunca es hacia las propuestas, sino hacia las personas; es el morbo de quienes se pelean, de quienes están nerviosos, de quienes sobreactúan, o de quienes —con carisma— sortean el momento. Es siempre un asunto de actitudes, nunca de aptitudes. Es el pretexto perfecto para que las porras de los contendientes califiquen subjetivamente a su favorito, le coloquen virtudes, logros y emociones, mientras al mismo tiempo repudian al contrincante, amplifican sus pifias y descubren más defectos. 

Los debates son siempre el momento de la elección en el que simpatizantes y militantes se vuelven hinchas, no promotores.

Por otro lado, los medios de comunicación y líderes de opinión jamás destacan las propuestas como foco en las noticias centrales del debate. Las propuestas sólo ocupan las notas de los diarios para cumplir los mandatos electorales o los compromisos comerciales. 

Porque la calificación mediática de los debates siempre es y será subjetiva, y en su mayoría influenciada por los intereses políticos de analistas, líderes de opinión y medios de comunicación. La opinión pública es la encargada de levantar la mano de tal o cual candidato. Es quien declara vencedores y vencidos, y quien al final construye una narrativa óptima para las y los indecisos. 

Y los indecisos, ¿por qué no se deciden? ¿Los indecisos son siempre los mismos? ¿Son todos iguales?

No hay debate que influya en aquel indeciso al que le compran de último momento su voto en efectivo o en especie. Tampoco hay debate que influya en aquel elector indeciso que, al final, votará por quien le ofrezca un "huesito" una dádiva o con quien pueda "quedar bien parado".

Los debates no influyen en la moral de las personas, tampoco en sus principios éticos ni en su memoria histórica. Un político ladrón y corrupto no dejará de serlo luego de su buen desempeño en un debate.

El voto informado, consciente y libre es el anhelo de todas las sociedades democráticas, y curiosamente, quienes se informan, toman conciencia y son libres... ya decidieron y no necesitaron un debate.

(Artículo publicado originalmente en El Soberano)