Cuando la recogimos y pusimos en su jaula dorada, la polluela de pinzón mexicana no hacía mucho más que sentarse con cara de mensa a esperar a que papá y mamá vinieran a alimentarla. Y chillar, claro, para llamarles.
Ocho días después, aletea por toda la jaula y saca su cabeza entre los barrotes intentando salir. Siguen viniendo a alimentarla, pues los pinzones mexicanos (Haemorhous mexicanus) alimentan a sus pollos relativamente crecidos, cuando ya tienen su plumaje completo y pueden seguirlos volando.
Dejamos la puertita de la jaula abierta a una de las horas en que habitualmente vienen papá y mamá. Después de algunos minutos de buscar la salida por arriba, la polluela descubrió la puerta abierta y voló, como no podía hacerlo cuando la recogí en la banqueta.
Buena suerte pequeña dinosauria voladora. Chilla para que mamá y papá te encuentren, que seguro harán, si incluso entraban a nuestro baño siguiendo tu llamado.