Cultura | Reseña | 20.NOV.2023
Ópera con sabor a México / Neotraba
El último sueño de Frida y Diego tiene un libreto lleno de alusiones al acto creador de una pintora que vuelve de la muerte para guiar a “su panzón” y para palpar, en un último sueño, el mundo recreado a través del óleo y los pinceles.
Por Judith Castañeda Suarí
Publicada originalmente: Puebla, México, 2 de noviembre de 2023 (Neotraba)
No creo equivocarme al decir que la palabra ópera nos remite a siglos pasados, lugares lejanos e idiomas que comprendemos sólo a través de un aprendizaje previo o de los subtítulos. Italia, Francia, Rusia, siglo XIX, XVIII o principios del siglo XX. El nombre de un compositor es el de alguien fallecido hace mucho. Sin embargo, se han seguido haciendo piezas operísticas después de Giuseppe Verdi o de Richard Strauss. También existen obras cantadas en español. Atzimba, por mencionar una; con música de Ricardo Castro, se estrenó a principios de 1900 en el Teatro Arbeu de la Ciudad de México.
En lo que va del siglo XXI, asimismo, continúa la composición de óperas: El amor distante, de Kaija Saariaho, la cual tuvo su estreno mundial en agosto del año 2000 en el Festival de Salzburgo; si hablamos de obras en español, un ejemplo es La sed de los cometas, con libreto de Mónica Lavín y música de Antonio Juan-Marcos.
A La sed de los cometas, estrenada en septiembre del 2022, se une ahora El último sueño de Frida y Diego, de Gabriela Lena Frank. Habiendo tenido su premier en la San Diego Opera, durante su temporada 2022–2023, también se ha presentado en Los Ángeles (LA Opera) y en la San Francisco Opera, donde subió al escenario el pasado mes de junio.
La producción nos muestra un cementerio en 2 de noviembre que es, al mismo tiempo, un altar de muertos como aquellos que, cada año, se montan en infinidad de hogares en México desde los últimos días de octubre. Vemos varios niveles llenos de humo de copal, de amarillo y naranja, donde el coro pide, aguarda el regreso de sus difuntos. Hay manos que sostienen fotos en blanco y negro, botellas, pan de muerto.
Entre las velas encendidas y las flores de cempasúchil están Diego Rivera y Frida Kahlo. Ella es un retrato, hace poco más de tres años que murió; él la llora, le dice “mi Friduchita”, sostiene una vela y después, una pieza de barro. Alivia con un bastón el dolor de estar de pie.
“¡Que se abran las puertas!, ¡que se abran los caminos!”, son las primeras líneas escritas por el libretista cubano Nilo Cruz. Ante dichas palabras, no puedo evitar pensar si, para los habitantes de otros países, será raro oír una ópera en su propio idioma: si Carmen se escuchará extraña para los franceses o, en el oído ruso, Boris Godunov causará la misma impresión que el español genera en espectadores habituados al trabajo de Rossini o de Wagner.
En todo caso, El último sueño de Frida y Diego posee lo misterioso de la historia y la atmósfera que está recreando, así como ese toque de humor e irreverencia que la cultura mexicana les ha otorgado a sus celebraciones de difuntos.
La ópera sucede en dos planos, entre el 2 y el 24 de noviembre de 1957 –fecha de muerte del pintor–, y la escena se desplaza con algo tan sencillo como cambiar el vestuario de los intérpretes o hacer subir las flores y las cruces del cementerio: así, pareciéramos entrar y salir del Mictlán, niveles vacíos por debajo del cielo anaranjado, en contraste con las escenas del mundo de los vivos, donde se recrean la Casa Azul, actual Museo Frida Kahlo, varias de las obras de la pintora mexicana y el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, de Diego Rivera.
Así, en este último plano, tenemos el Autorretrato con el pelo corto, La columna rota, El venado herido o Las dos Fridas, en contraposición al lienzo del inicio del segundo acto, donde el viudo de Frida pone de manifiesto su falta de inspiración. “Diego, Diego Rivera, ¿qué pintar?”, canta el coro, y su voz se trenza con una música que suena a ansiedad, a la frustración de un artista que no sabe qué pintará y deja el lienzo vacío.
En las manos ya sin obra alguna del pintor está la tristeza de quienes nos quedamos en la vida: nos burlamos de la muerte en la festividad de noviembre, pero extrañamos, continuamos, aunque una parte de nosotros haya bajado a la tumba con nuestro familiar, con nuestro amigo. En esta dualidad, los difuntos de la ópera están ansiosos por regresar al mundo, aunque sea un solo día. Excepto uno: a quien Rivera extraña. Frida Kahlo se ha prometido no volver.
Para convencerla, Nilo Cruz introduce a un personaje que a primera vista parece fuera de lugar: un actor, Leonardo, interpretado por el contratenor Jake Ingbar. Leonardo planea visitar a un admirador de Greta Garbo asumiendo la identidad de la actriz, entonces viva, a fin de tomar esas horas que se les otorgan a los muertos para visitar el mundo. Él lo hace con la única finalidad de volver, de ser de nuevo un actor, tal y como lo fue en vida. “El teatro… El arte… El mundo…”, canta junto a Frida, asido de su mano. Así le comunica una motivación que, al ser también una artista, la pintora podría hacer suya. La insistencia y la mentira que Leonardo usa sirven como contrapunto para la renuente esposa de Diego Rivera, quien, al fin, subirá a visitar a quien tanto la extraña.
Lo siguiente nos recuerda a un poema en prosa de Óscar Wilde titulado El hacedor de bien. Su personaje, nombrado sólo Él, es pretexto para mostrar a los lectores el reverso de más de un milagro: un leproso, curado, vive entre lujos y con los labios enrojecidos por el vino, una pecadora perdonada que gusta de seguir el mismo camino, un hombre a quien se le devolvió la vista y mira a una mujer mientras sus ojos brillan por el deseo.
Al final de este breve texto, Wilde escribe: “Hubo un tiempo en que estaba yo muerto y Tú me resucitaste. ¿Qué voy a hacer más que llorar?” (Óscar Wilde, Obras completas. Aguilar, 1954). Un destino así le espera a Frida en su retorno temporal. Tu corsé, advierte la Catrina al darle su pase. ¿Qué corsé?, pregunta la pintora, y la respuesta que recibe es “Para tu dolor. Agonía”. La vida es agonía, y Frida recibe esas palabras como un puñetazo, como una herida de cuchillo.
En el universo creado por Lorena Maza (dirección), Jorge Ballina (escenografía), Víctor Zapatero (iluminación), Eloise Kazán (diseño de vestuario) y Colm Seery (coreografía), la música de Lena Frank posee el misterio de la muerte, y es probable que suene rara en un oído acostumbrado a las melodías belcantistas o al trabajo de Puccini –aunque existan composiciones así de “raras” desde hace mucho, basta mencionar Elektra o Salomé, de Richard Strauss.
Pese a lo anterior, hay fragmentos que escapan a dicha descripción, como en el primer acto, cuando tres hombres reconocen al famoso pintor –“no tan famoso para olvidarse de los muertos”, dice el libreto– y cantan sobre la manera en la cual los difuntos regresan a visitar a quienes dejaron en el mundo: “Es la fe en su alma, Don Diego, la que los despierta de sus largos sueños”, escuchamos por encima de una tonada que suena a nostalgia, antes de la enumeración de varios de los elementos que conforman la tradición mexicana de muertos: las velas, los senderos de pétalos y los dulces que se ofrecen a esos visitantes incorpóreos.
Asimismo, en el segundo acto la compositora, junto con la coreografía de Colm Seery, otorga al personaje de Frida Kahlo un momento de celebración: estando ya de regreso, la antes renuente mira sus manos, sus pies asomados entre una amplia falda azul y blanca, luego se palpa los brazos, sonríe y baila al ritmo de una música festiva, la cual inicia con metales, con la sorpresa de la pintora ante la vida que la recorre, y continúa con una tonada que nos recuerda a un ballet folklórico, a piezas oriundas de la región de donde Frida tomó sus tan característicos atuendos.
Respecto a la actuación de los cantantes, asistimos a momentos de gran exigencia. Diego Rivera, interpretado por el barítono mexicano Alfredo Daza, llena nuestros oídos con la desesperación, el hartazgo de alguien que presiente su final (“¿será que vienes por mí?”, canta al inicio del primer acto mientras se arrodilla con dificultad, apoyándose en un bastón). Esa actitud cambia más tarde, cuando su voz grave se ve acompañada de una sonrisa ante el retorno de su difunta esposa, largamente añorada.
Por su parte, la soprano Yaritza Véliz y la mezzosoprano Daniela Mack también protagonizan pasajes en los que luce su potencia vocal. Véliz es la Catrina, guardiana del inframundo y, al mismo tiempo, quien autoriza el regreso de las almas el 2 de noviembre; Daniela canta el papel de Frida Kahlo. Cuando la Catrina llama a la pintora, o después, inmersos ambos personajes en una discusión que concluye con una especie de risa burlona por parte de la soprano, risa que el coro prolonga, es posible percibir la dificultad de esas notas, así como el talento y experiencia de ambas cantantes.
En este punto, cabe destacar el diseño de vestuario. Eloise Kazán envuelve a los tres personajes principales con trajes fieles a los que portaran en vida (Diego Rivera y Frida Kahlo), y con lo impresionante de un vestido de calaveras y serpientes, un báculo y maquillaje metálico, esto para la Catrina.
Así, a través de estos elementos, El último sueño de Frida y Diego retrata con brillantez una tradición declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008 por la UNESCO, entregando a sus espectadores una dualidad donde cabe el México de mediados del siglo XX y la antigua Tenochtitlan, el humor y el dolor de esa muerte mexicana de inicios de noviembre, la cruz católica y el tzompantli anterior a la conquista, la aversión a un mundo dejado atrás y la alegría del regreso, puesta de manifiesto con baile y sonrisas, un paseo de domingo y la crítica social, todo esto englobado en un libreto poético, lleno de alusiones al dibujo, a los colores, al acto creador que se enseñorea sobre unos pasos: los de una pintora que vuelve para guiar a “su panzón”, pero también para palpar, en un último sueño, ese mundo recreado en más de una ocasión, por ella y por Diego, a través del óleo y los pinceles.
Todas las fotografías fueron obtenidas de:
https://stageandcinema.com/2022/11/03/el-ultimo-sueno-de-frida-y-diego/