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18 Octubre 2024, Puebla, México.

AMLO, entre el mito, el símbolo y el dogma / Luis Alberto Martínez

Política | Opinión | 2.OCT.2024

AMLO, entre el mito, el símbolo y el dogma / Luis Alberto Martínez

Adiós, Andrés Manuel, la historia te llama

Reconozco que hoy hablar de Andrés Manuel es más complicado que hace 6, 12 o 18 años, cuando fui parte de un movimiento que apostó por una Transformación.

Marché, milité, repartí volantes, escribí, alcé la voz, fui partícipe de las redes ciudadanas e incluso formé parte del primer gobierno de izquierda en la ciudad. En el presente, es muy complicado hablar sin que el tonto radicalismo de las izquierdas, ensimismadas en la soberbia, la complacencia, los nuevos privilegios y el dogmatismo, permita un análisis crítico y reflexivo. Lo es también sin que una derecha herida, desesperada e ignorante asuma que hay coincidencias con su crítica vacía y desmemoriada.

Termina el mandato de un gran Presidente, un grande en lo ético, un grande en lo social y un gigante en lo político. Y ser grande, ser un gigante, no le justifica sus grandes errores, sus grandes omisiones, sus deudas y sus prejuicios.

Hizo menos de lo que prometió, hizo mucho más de lo que imaginó. Y, sin duda, es el mejor Presidente, el más querido, el más respetado, el más digno que ha tenido México en más de un siglo.

La historia se construye con contextos y procesos.

Recibió un país herido por la corrupción, con instituciones jodidamente podridas y con el crimen enquistado en todos lados. Gobernó con y contra el poder económico, y gobernó a pesar del poder judicial. Gobernó con el ejército y gobernó contra los medios. Todo el tiempo gobernó con unos y contra otros, y a veces se confundió.

Gobernó porque las leyes de transparencia le permitieron alimentar su discurso anticorrupción, pero gobernó en contra de quienes le exigieron cuentas.

Caminó y llegó muy lejos con el respaldo de millones, y también llegó lejos porque nadie le detuvo. Su oposición se creyó sus propias mentiras y posverdades. Destruyó a una derecha que hoy es infantiloide, desorganizada, rabiosa e ignorante del mundo.
Andrés Manuel se convirtió en mito y, sobre todo, se convirtió en símbolo. Se volvió el ancla ética de un movimiento político, y cuando este movimiento político se convirtió en partido político, el mito y el símbolo se volvieron dogma. Y los dogmas son útiles, porque no necesitan razones ni congruencia. Los impostores cambiaron la piel de oveja por la piel obradorista. Se ahorraron las marchas y las brigadas, se ahorraron las lecturas y la congruencia. Abarataron el Obradorismo hasta usarlo para recuperar sus privilegios.

Hoy que se va López Obrador, con él se va la obligación ética de no mentir, no robar y no traicionar, porque en unos meses nadie la va a recordar.

A él, vaya que la historia lo recordará y lo juzgará. Él ya está en otro plano astral político. Miles de tesis, artículos, libros y documentales ya se empezaron a escribir por él y con él. Lo aman, lo odian, pero lo recuerdan.

Personalmente, «El Peje» fue el centro de mi participación política y de mi activismo. Soy y siempre he sido honesto, nunca oculto mi sesgo, pero trato de evitar que me atrape la irracionalidad del fanatismo. Creo que deja un mejor país, porque deja un país donde las narrativas del neoliberalismo ya no son las dominantes. Deja un país con millones de personas que accedieron a la dignidad y la participación.

También deja un país con miles de muertos que no pudo evitar y que, por tanto, son sus muertos. Deja un país con deudas sociales, verdades históricas inconclusas y con algunas instituciones padeciendo enfermedades terminales, mientras que deja otras con mucho, pero mucho poder. Deja un país con corruptos y rancios que hoy se dicen progresistas.

Deja un país en manos de alguien que puede ser mucho mejor, que puede ser peor, pero que, para contrariedad de fanáticos y odiadores, nunca será como él.

Larga vida al cabecita de algodón. Mis hijas te juzgarán, y me juzgarán por creer en tu proyecto.

Hasta la próxima.