diciembre 12, 2025, Puebla, México

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Cada quien su muralla (Crónica 19) / Sergio Mastretta

BUAP 1989-1991, Crónica de una ruptura histórica

Introducción

En 1987 el Maestro en Ciencias Samuel Malpica Uribe gana la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla en sucesión de Alfonso Vélez Pliego. Lo hace con el respaldo de miles de estudiantes que participan en una elección con voto universal, directo y secreto que sustenta el proyecto de universidad democrática, crítica y popular, vigente desde 1973. Con Malpica Uribe inicia la quiebra de ese proyecto de universidad en manos de una izquierda política que encuentra su valor fundamental en la independencia política respecto del Estado, pero su talón de Aquiles en la dependencia económica de la voluntad gubernamental.

La ruptura entre las facciones dominantes de la universidad se produce en enero de 1989, durante el segundo informe del rector Malpica, quien acusa de corrupción a la administración de Vélez Pliego. Siguen dos años de conflicto que incluyen la destitución del rector, la constitución de un triunvirato de gobierno por una de las facciones en el Consejo Universitario y el desgobierno hasta que se celebran nuevas elecciones en abril de 1991, todo ello en medio de múltiples refriegas callejeras como la toma del edificio Carolino por los enemigos de Malpica y el asesinato en circunstancias nunca esclarecidas del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz el 22 de diciembre de 1989.

El conflicto termina con la reforma de la ley orgánica que suprime el voto universal, directo y secreto de los estudiantes, y con la recomposición de las relaciones con el poder público estatal. Lo que sigue es la crónica de ese proceso.

Publicamos en Mundo Nuestro nuevamente estas crónicas con el ánimo de contribuir a la discusión colectiva sobre la realidad de la universidad pública en Puebla en el marco del reciente paro estudiantil y las reformas impulsadas por un movimiento que sin duda es un punto de inflexión en la historia de la Beneméita Universidad Autónoma de Puebla.

 

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Crónica 19 

Cada quien su muralla

 

Viernes 12 de abril de 1990. Dos inercias que llegan a aburrir por lo previsibles.

A medio día, los cuatro policías del Congreso, apresurados por los hombres de Gobernación, se abalanzan sobre las puertas. “¡Nadie sale!”, gritan, y los de espíritu novelesco casi escuchan los gritos angustiados de las maestras de las escuelas confesionales en los gloriosos sesentas. “¡Ahí vienen los estudiantes!”, gritan, y detienen a los reporteros, únicos testigos, fuera de los agentes del gobierno, de que los diputados priistas escurrieron el bulto y no se atrevieron a presentar oficialmente el ya tan impugnado dictamen de ley universitaria.

Pero estamos muy lejos de aquellos tiempos sesenteros.

Y los reporteros simplemente verán que los que llegan en bola y en camión tampoco se salen del parámetro tradicional de la política universitaria: por supuesto el trompudo autobús Palmas se atraviesa y la calle se cierra; obvio, no faltan las consignas ― “nos pasarán, no pasarán”, “respeto a la autonomía”, etc. ― ni el humor malpicoso ―una corona mortuoria para la susodicha autonomía―.

Los polis se organizan, y por dentro del estacionamiento trenzan una barra de lado a lado del portón, apalancada en los muros. Mentes Infantiles, se dirá, pero ellos se imaginan un sitio.

Pero afuera están los de siempre, esta vez con no más de cien estudiantes.

Y Samuel Malpica.

Y Luis ortega

Y José Luis Cardona.

Sí, los de siempre.

Y los de adentro y los de afuera, los diputados negociantes y los cruzados de la autonomía, y otros creen escuchar las trompetas de Jericó.

Si, cada quién en su muralla.

Un día antes, en Ciencias Químicas, la realidad uapachosa: a las cinco de la tarde, de un padrón de 2500 estudiantes, sólo 200 votaron en el proceso de elección de consejeros. Y eso es lo de menos: de las dos planillas, sólo una se presentó al evento. Y más: de los cinco representantes del Consejo Universitario, sólo uno, el doctor Eduardo Valdés, perdió el día entero en el vestíbulo como testigo de un día cívico deplorable. Allí permaneció el cirujano, muy lejos del bisturí y la miseria de los cuerpos, sometido por sus propios sueños.

Y frente a él están los estudiantes con esa placidez irreverente que uno ha perdido. Es igual aquí que en la Universidad de las Américas, aunque allá pasar las tardes entre jardines no les salga en menos de seis millones de pesos el semestre. Por un instante imagino el futuro de estos jóvenes uapachosos; entre la neblina a lo blade runner decenas y decenas de fábricas petroquímicas atascan la ruta a San Martín Texmelucan. Centenares de hombres y mujeres enfilan al poniente con un papel ajado en la mano que levantan al cielo. Han llegado tarde al empleo.

Y rechinan los dientes.

Y se acuerdan de una tarde primaveral, tal vez ahogados por el estío.

 

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