
Universidades | Crónica | 2.MAY.2025
Como en el pueblito de Calzonzin (Crónica 24) / Sergio Mastretta

BUAP 1989-1991, Crónica de una ruptura histórica
Introducción
En 1987 el Maestro en Ciencias Samuel Malpica Uribe gana la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla en sucesión de Alfonso Vélez Pliego. Lo hace con el respaldo de miles de estudiantes que participan en una elección con voto universal, directo y secreto que sustenta el proyecto de universidad democrática, crítica y popular, vigente desde 1973. Con Malpica Uribe inicia la quiebra de ese proyecto de universidad en manos de una izquierda política que encuentra su valor fundamental en la independencia política respecto del Estado, pero su talón de Aquiles en la dependencia económica de la voluntad gubernamental.
La ruptura entre las facciones dominantes de la universidad se produce en enero de 1989, durante el segundo informe del rector Malpica, quien acusa de corrupción a la administración de Vélez Pliego. Siguen dos años de conflicto que incluyen la destitución del rector, la constitución de un triunvirato de gobierno por una de las facciones en el Consejo Universitario y el desgobierno hasta que se celebran nuevas elecciones en abril de 1991, todo ello en medio de múltiples refriegas callejeras como la toma del edificio Carolino por los enemigos de Malpica y el asesinato en circunstancias nunca esclarecidas del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz el 22 de diciembre de 1989.
El conflicto termina con la reforma de la ley orgánica que suprime el voto universal, directo y secreto de los estudiantes, y con la recomposición de las relaciones con el poder público estatal. Lo que sigue es la crónica de ese proceso.
Publicamos en Mundo Nuestro nuevamente estas crónicas con el ánimo de contribuir a la discusión colectiva sobre la realidad de la universidad pública en Puebla en el marco del reciente paro estudiantil y las reformas impulsadas por un movimiento que sin duda es un punto de inflexión en la historia de la Beneméita Universidad Autónoma de Puebla.
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Crónica 24
Como en el pueblito de Calzonzin
Jueves 28 de febrero de 1991. Derrumbe de mitos en el fin del siglo. Y en la UAP se caen sin ruido.
Eso, aunque Carlos Salinas no se plante en el Carolino.
Como en el último de los pueblitos abandonados por el destino hasta que la Federación pasa de gira por ellos, los hombres de la prefectura remozan el Carolino. Afuera un pintor equilibrista no puede creer que todavía falte la mitad de enfrente del edificio, y mira de reojo al reluciente Hotel Colonial, que al fin cobra a su vecino los sinsabores de treinta años y luce orgulloso un color mostaza insufrible en sus paredes; en el portón, paciencia de por medio, le sacan lustre a los chapetones que uno supone de bronce. Adentro, el estudiantado vespertino no da crédito: se han borrado pintas, lavado lajas, desaparecido pizarrones. Imagino lo increíble: que el teléfono público funcione. Cuánto puede arreglar en un día el aluvión del centro.
“Es como el pueblito de Calzonzin Inspector”, comenta Rubén Aréchiga rumbo a la firma de un desplegado de un grupo de académicos dirigido al presidente Salinas; demandan cambios verdaderos en la ley orgánica. “De un día para otro le cambian la fachada”, añade.
“Mejor hubieran dejado al Carolo como estaba ―dice Jorge Ávila Penna, consejero universitario por Odontología suspendido por el grupo de Rectoría en el Consejo, y quien ha ido de visita a la oficina de José Dóger, al parecer a recoger su invitación para el evento― para que Carlos Salinas viera en qué estado está la Universidad”.
“¿Y qué haces aquí” ―le pregunto.
“Tengo invitación, porque el poder se ejerce ―dice―, ellos consideran que soy consejero”.
“¿Pero no apoyabas tú a otro grupo, no fuiste uno de los puntales de Samuel Malpica?”
“Nosotros apoyamos a Malpica porque no estuvimos de acuerdo con el método violento para destitiuirlo, se pudo haber hecho un plebiscito. Nosotros en Odontología no vamos a participar en la marcha a la que llaman Luis Ortega, Ignacio Rosas y Samuel Malpica. Me parece que es gente que no tiene calidad moral. Nosotros vamos a venir a escuchar. A mí no me preocupa quién venga, sino qué resulte de esto en el futuro. Los cambios ya se están dando, y lo sufren los alumnos: hay una reducción de matrícula y un aumento excesivo en las cuotas. Por ejemplo, en Derecho se cobran más de 500 millones de pesos por exámenes de promoción, y eso no se queda en las escuelas, va a dar a la Tesorería General”.
José Dóger está más optimista. Llega al Carolino a las 6:30 con secretaria de celular en mano a un lado.
“No nos han confirmado la visita ―dice a pesar del buen semblante―, ya ves cómo es el Estado Mayor”.
“¿Que le van a plantear al presidente –le pregunto–, por qué en el boletín aparece como demanda principal Radio UAP y TV UAP?”.
“Esa es una demanda entre muchas, la principal es la petición de apoyo financiero”.
Está tranquilo el rector. Si no viene Carlos Salinas, al menos remozaron el edificio.
Luis Ortega se encuentra en el salón 5 del Colegio de Historia, donde se celebra una reunión de treinta personas para organizar la marcha del Zócalo al Carolino a la hora de la visita del presidente. Está entusiasmado: “Es una reunión exitosa después de meses de no reunirnos debido a la división dada meses antes de las elecciones. Ahora están aquí las casas de estudiantes Carlos Marx, Zapata, Che Guevara, Mahatma Gandhi, Sandino, además del PRT y PRS. Quedaron de venir de la 28 de octubre, para ver si se ve algo coordinado”.
Nombres históricos, no cabe duda, los de las casas estudiantiles. “¿No es un signo más del derrumbe de la izquierda universitaria?”, le pregunto.
“Sí”, apenas musita.
Y sigue.... “Nosotros hemos criticado el proyecto educativo del Estado, hemos desarrollado una alternativa a ese proyecto que ahora Dóger aplica integralmente. El vende la idea de que sólo con una relación cercana al Estado puede encontrarse una salida la universidad. Pero el que no haya una fuerza organizada que lo cuestione es un signo de debilidad que el rector aprovecha”.
“¿Van a marchar?”
“Sí, del zócalo al Carolino, no sabemos cuál sea la actitud del gobierno, pero si nos ponen enfrente a la gente de la Prefectura puede haber un enfrentamiento. Si el rector nos invitara a expresarnos, las cosas cambiarían”.
Es Luis Ortega, muy lejos hoy del poder universitario.
Siete de la noche. Todo puede pasar, pero nada inquieta a la inercia estudiantil. En el Carolo las muchachas de Paco Bada entrenan corriendo como ratones por los pasillos. En los salones de la LELE un muchacho entretiene a una chamaca cantando con una guitarra.
“Sí, tal vez venga el presidente –dice alguien en la calle-, lo que nada impide es que haya exámenes.”