noviembre 8, 2025, Puebla, México

noviembre 8, 2025, Puebla, México

Contracorriente, de Miguel Treviño: reivindicar la política como un espacio digno / Armando Pliego Ishikawa

Es un gusto acompañar a Miguel hoy para conversar sobre Contracorriente. A diferencia de los textos escritos por ex gobernantes que podemos encontrar en anaqueles, este libro no es una crónica política ni un recuento anecdótico, sino un conjunto de reflexiones sobre el acceso al poder por la vía independiente, el origen de la vocación, el servicio público y la tarea de construir comunidad desde el gobierno local.

En las primeras partes del libro Miguel elabora sobre cómo ha sido gobernar en tiempos de resentimiento y polarización, desde la vía independiente, con las oportunidades y retos que brinda el acceder al poder sin el respaldo de un instituto político. Además, Miguel lo hace en un municipio tan particular como lo puede ser San Pedro Garza García, donde, a pesar de su riqueza, no le son ajenas ciertas desigualdades e injusticias. Esa conciencia de la desigualdad en dimensiones como el derecho a la ciudad sus espacios públicos, es el punto de partida para una discusión más profunda: la búsqueda de reconectar a una comunidad que durante mucho tiempo ha mantenido una vida social mediada por el consumo, en torno a los centros comerciales, y que ahora, tras seis años, se abre paso hacia otra forma de convivencia, más ligada al espacio público, a caminar, a mirar el paisaje y a disfrutar la ciudad.

Ahí me surge una pregunta: ¿ser alcalde es sólo ser un administrador eficiente, o también ejercer una forma de liderazgo moral? Creo que en el libro se percibe esa doble vocación: por un lado, la búsqueda de la eficacia y disciplina para ofrecer servicios públicos de calidad, con una administración honesta y transparente; y por otro, el intento de insuflar ciertos valores a la comunidad —una especie de brújula moral compartida— a través de la experiencia cotidiana de la ciudad, donde el espacio público iguala a sus ciudadanos.

Contracorriente narra cómo abordó Miguel este reto en la desigualdad del acceso a la ciudad y de imprimir el valor del espacio público con gestos muy concretos como la ampliación de banquetas, el ordenamiento del estacionamiento en vía pública, el soterramiento de cables, la creación de la primera ciclovía en un municipio dominado por el uso del automóvil. Son intervenciones que a simple vista parecen meras obras de infraestructura, pero que en realidad materializan una visión del espacio público como lugar de encuentro, de construcción de una identidad compartida y de una ciudadanía participativa.

El libro también hace un breve testimonio de cómo se construyen símbolos políticos: el uso del color amarillo como parte la identidad de la campaña independiente, una bonita anécdota sobre la decoración de listones en los árboles como muestra de apoyo y su adopción por parte de la gente que apoyó a Miguel durante su primera campaña. Más allá de una simple estrategia visual, hay ahí un esfuerzo por generar identidad colectiva, por ofrecer una bandera común detrás de la cual agruparse. Y eso también es poder: no sólo la capacidad de convencer a alguien de votar en cierto sentido, sino la de inspirar y convocar a muchas voluntades en torno a la nobleza de un proyecto común, revitalizando un espíritu cívico y un interés en recuperar la política como actividad digna.

Me parece muy valiosa la manera en que Miguel reivindica la política como un espacio digno, una aspiración genuina, no algo de lo que hay que avergonzarse. En tiempos donde lo político suele asociarse al descrédito o a la corrupción, este libro reivindica la idea del servicio público como una tarea indispensable de la que debemos participar si queremos hacer que las cosas cambien.

Hay pasajes especialmente íntimos, donde Miguel reflexiona sobre el poder de la experiencia personal en la construcción de sus aspiraciones y su vocación de servicio. La infancia en bicicleta, los veranos al aire libre, la vida universitaria en ciudades extranjeras donde el transporte público y el espacio público moldean la relación de sus ciudadanos con lo común. Incluso su experiencia en Austin, ciudad Texana, en una de las regiones más eurocentristas de Estados Unidos, pero donde la vida urbana ofrece mucho más a sus habitantes que en la mayoría de ciudades mexicanas. Esa exposición a espacios públicos vivos se traduce en una aspiración para su propia comunidad que Miguel buscó contagiar y finalmente materializar durante su paso como alcalde.

También hay algo muy honesto cuando habla de su equipo: de inicio reconoce la asimetría entre el tamaño de la responsabilidad y la recompensa del servidor público, y al mismo tiempo, propone una visión profundamente humana de la gerencia pública: una que no se limita a tomar decisiones basadas en un Excel o en un tablero de seguimiento, sino que se centra en gestionar los ánimos, en construir identidad de equipo, en compartir valores y estilo. Porque al final, los principios son el pegamento del equipo y la brújula que lo guía.

De manera general, a lo largo de todo el libro Miguel hace una síntesis interesante entre tres mundos: la cultura organizacional empresarial tan presente en Nuevo León, las lecciones del fútbol americano, y la gestión pública municipal. Miguel entrelaza esos lenguajes para hablarle tanto al ciudadano común como a quien trabaja en gobierno.

En suma, el libro nos invita a pensar que una buena ciudad y un buen gobierno no se construyen sólo con una administración eficiente de los recursos, sino con el liderazgo que proviene de la imaginación, con visión compartida y con valores comunes. Además, nos intenta convencer de que podemos y debemos recuperar el poder de nuestra propia voz como un instrumento legítimo para provocar los cambios que queremos ver, nos conmina a dar un paso al frente y a atrevernos a asumir el reto de participar en la política para hacerle frente a nuestros problemas.

Y quizá ese sea el mensaje más potente: que el poder político no se mide por lo que puede imponer, sino por lo que puede inspirar. Cuando salimos a las calles, siempre vemos problemas y pensamos que alguien debería hacer algo al respecto. En Contracorriente, Miguel Treviño intenta convencernos de que nosotras podemos ser ese alguien.